Sin embargo, ella persistió.

Cuando conocí a la filósofa norteamericana Sally Haslanger en marzo del 2017, tuve la oportunidad de platicar con ella sobre los retos de hacer filosofía académica como mujer y como feminista.
Hacia el final de su visita en México, Sally me dedicó unas palabras de despedida que no comprendí completamente entonces. Pero meses después se volvieron muy significativas en mi trabajo y propósito para continuar haciendo filosofía, academia y activismo desde un lugar distinto: “Recuerda Aurora, ¡Resiste!”
Desde hace 18 años comencé a estudiar filosofía formalmente. Y si algo me hubiera gustado saber con antelación, es que al intentar seguir la vocación académica: las carencias se podían convertir en oportunidades y los obstáculos en caminos.
I
Mi trayecto comenzó en Monclova, Coahuila, una ciudad industrial del noreste de México. Mi inquietud por la filosofía nació en un hogar de clase media trabajadora. Donde gracias al doble ingreso familiar y la garantía del sistema educativo público; tanto yo como mis dos hermanas menores tuvimos la oportunidad de explorar con libertad nuestras inquietudes.
Siempre he estado consciente del privilegio haber contado con acceso a enciclopedias y libros; así como la oportunidad de poder visitar museos y bibliotecas que fomentaran mi imaginación. Pero más aún, también reconozco la alcahuetería de nuestros padres quiénes nunca señalaron un límite para los intereses de tres hijas. Sólo una condición: estudiar y trabajar para lograr independencia y seguridad económica.
Esta condición aún es fundamental para mí. Ya que, mientras nuestra familia nos brindo la libertad y confianza para explorar nuestra curiosidad intelectual y el sistema educativo público garantizó – en mi caso, desde preescolar hasta posgrado- las herramientas para formar mi futuro profesional. Nada de lo anterior tendría propósito sin la creencia propia de quién creció y se educó en la transición del siglo XX al XXI, a saber: la movilidad económica y social es posible a través de la educación continua.
II
Un año antes de terminar mi licenciatura en Filosofía, en la Universidad Autónoma de Nuevo León, contaba con dos empleos permanentes: uno como maestra de francés en un colegio particular en Monterrey, y otro como asistente de investigación en un departamento educativo de la UANL. Hasta ese momento estaba muy satisfecha conmigo misma porque había logrado el objetivo de sostenerme financieramente y, a la vez, refutar el prejuicio en contra de la inestabilidad laboral cuando se estudia Filosofía o alguna carrera en Humanidades.
Fue hasta el 2010, dos años después de mi graduación, cuando decidí ingresar al posgrado en Filosofía de la Ciencia en la UNAM. Por primera vez viajé al (entonces) Distrito Federal, renuncié a mis dos trabajos, vendí mi coche usado y tomé todos mis ahorros y libros conmigo. Tenía 25 años.
Llevar a cabo mi educación de posgrado en la UNAM, representó un el cumplimiento de un deseo muy anhelado. Sin embargo, la decisión de continuar en el trayecto académico implicó un riesgo personal y material importante. Durante los cinco años que transcurrieron entre la finalización de la maestría y el inicio del programa de doctorado pasé tanto por el desempleo, el despido y la subcontratación, hasta que fui admitida como maestra de filosofía en una institución privada de educación media superior en la (ahora) Ciudad de México.
En 2017, al ser admitida en el programa de Doctorado en Filosofía de la UNAM, comencé a interesarme en temas de epistemología del testimonio e injusticia epistémica; particularmente motivada por nuevas lecturas en Epistemología feminista y por mi trabajo como maestra de preparatoria y activista en contra de la violencia basada en el género y la cultura de la violación en ambientes escolares.
Entonces, reprobé mi primera evaluación semestral. El sueño parecía progresar en pesadilla.
III
Estaba interesada en trabajar con mi primer tutor de tesis en virtud de lo que percibía como un carácter serio y enfocado en el trabajo académico. Hasta entonces, no me parecía sorpresa que la mayoría de sus tutorados eran hombres. Al inició, le comenté que durante la maestría había experimentado problemas de autoestima y confianza respecto a mi escritura y que, ahora en el doctorado, estaba buscando superarlos y trabajar arduamente en esta nueva investigación. Por su parte él respondió que, aunque no era experto en los temas que yo quería tratar en la tesis, él confiaba en sus propias habilidades académicas para trabajar en dichos tópicos y me advirtió que su forma de evaluación iba a ser estricta, a pesar de que le señalé que aún tenía que trabajar como maestra de preparatoria dado que la beca de posgrado aún no llegaba.
Durante mi primer semestre trabaje arduamente. Asistí y participé en el seminario de mi tutor, estudié e investigué sobre temas hasta entonces nuevos e interesantes para mí. Sin embargo, cuando le hice llegar -con retraso y dificultad- mi primer avance escrito, él estableció en mi evaluación que yo era una estudiante de posgrado irresponsable y que mi escrito estaba lleno de galimatías. Posteriormente, él difundió rumores entre sus colegas sobre mi ineptitud para el doctorado y la incapacidad de mi estado mental. Cambié de tutor, reprobé mi primer semestre, me suspendieron seis meses el pago de mi beca de manutención CONACyT.
Trabajé y estudié a la par, me prometí a mí misma terminar el programa. Recordé las palabras de Sally: resistí.
Sin embargo, lo anterior representó sólo el inicio de una serie de dificultades y obstáculos que no sabía entonces que podía superar. Esta perseverancia la atribuyo a dos cosas. Una, el descubrimiento de un fuerte sistema de apoyo integrado, no sólo por mi familia y amistades; sino también por compañerxs de trabajo, estudiantxs, activistxs feministas, mi terapeuta, maestrxs que se volvieron amigxs y el apoyo institucional de programa de posgrado. Y dos, el convencimiento de que tengo una voz propia con algo importante que decir.
IV
Al escribir estas líneas, no lo hago desde el resentimiento. Estoy por encima de ello. Pero mi historia tristemente no es diferente de otras. El mito de la meritocracia nubla la manera en que cuestiones de clase, género y otras formas de exclusión se hacen cotidianas en nuestras instituciones.
No obstante, quiero y puedo contribuir a construir espacios de reflexión diferentes; que reflejen los rostros y voces de la realidad en la que habito. Sé que otra forma de hacer filosofía es posible; no esperaré a que me acepten en ella, porque yo persistiré en hacerla realidad.
Aurora G. Bustos Arellano
31 de marzo, 2021. Monclova, Coahuila.
2 Comments
Creo, sinceramente, que toda nuestra vida, como mujeres, implica resistencia y perseverancia. Independientemente de si tienes o no, los recursos académicos o económicos para salir adelante. Y como bien lo señala Aurora, no hay tiempo para resentir. Desde mi punto de vista, el resentimiento a los obstáculos es un insulto para tu equipo de apoyo, quienes, generalmente, te aman sin condición. Muy buen texto.
Gracias por tu lectura y tus comentarios Martha, los aprecio mucho. ¡Saludos!