¿Qué le dirías a tu yo joven con motivo del 8M?

Todos somos espectadores, presenciando continuamente lo que pasa a nuestro alrededor… Y es que estamos constantemente expuestos a la interacción con otros, a conocer nuevas personas, a observar diversas situaciones y eventualmente, formar parte del contexto.

Sin quererlo o buscarlo, presenciamos entornos que nos forman desde muy temprana edad, marcándonos con etiquetas para un mejor entendimiento social, con elementos que nos distinguen del resto, que nos hacen sentir merecedores de características especiales, de exclusividad.

Quizá resulta radical en pleno siglo XXI, continuar haciendo distinciones en el rol del hombre y la mujer, no obstante; aún seguimos encontrando escuelas exclusivas para hombres o mujeres, como si se tratara de una estirpe totalmente distinta, como si mantenerlos alejados solucionara las diferencias.

Asistí a una escuela católica de mujeres toda mi vida; desde el kínder a la preparatoria, viví rodeada de un mar de estrógenos y progesteronas. Crecí con la libertad de poder pedir una toalla a mitad del salón sin pena alguna, hasta que a finales de secundaria, unos cuantos valientes decidieron inscribirse a una escuela de mujeres que se hacía mixta. La llegada de estos individuos desató algunas ficciones en relación a la interacción, pues algunas no sabíamos cómo relacionarnos con estos individuos ajenos al círculo femenino, sobre los que siempre nos recomendaban tener cuidado, por los que incluso se llegó a prohibir la falda arriba de la rodilla o enseñar los tobillos, para no despertar pasiones. Aparentemente, el efecto era mutuo; platicando años más tarde con algunos amigos que venían de escuelas para hombres, me contaban que les costaba hablar o acercarse a las niñas, por no saber cómo hacerlo o por miedo a intimidarlas.

Quizá todo habría sido más sencillo sin separaciones, sin estigmas sobre lo que es ser hombre o mujer, sin el temor infundado que limita relaciones conscientes en ambos sexos, educando con el ejemplo a niñas y a niños para crecer en un entorno en el que no se le falte el respeto a otros por género, condición, color, raza o posición.

Tal vez ya es momento de dejar de decirles a las niñas que su finalidad es casarse o tener hijos y juzgar a las mujeres por su papel para procrear. En la Universidad, el coordinador de mi carrera me dijo que sería pésima madre, como si éste fuera el fin máximo de una mujer, como si ofender a las mujeres en su papel de amas de casa, resultara el arma contra aquel rol obligado.

Aún no sé qué tipo de madre seré, pero sí sé que se requieren difuminar las líneas de estos patrones impuestos, que se puede lograr un equilibrio en las relaciones, que los hombres también ayudan a las mujeres y que no todos son victimarios.

Recientemente leí sobre los universitarios que defendieron a una mujer en Bar 27 de unos acosadores, este acto heroico los llevo al hospital, pero demuestra que en esta sociedad en la que día con día nos sorprende la inseguridad, aún hay personas que luchan por mantener la integridad de otros.

Si pudiera decirle algo a mi persona más joven, quizá me recalcaría que sí hay que protegernos de alguna clase de hombres, pero no de los hombres en general, que hay espacio para relaciones armoniosas y que los comentarios en contra de las mujeres, sólo reflejan la estrechez de una sociedad a la que debemos re-educar y luchar por equilibrar.

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