Más allá de los límites de Wakanda

La más reciente entrega del universo Marvel, Pantera Negra (Black Panther), ha dado mucho de qué hablar. Tal vez hayan visto el video viral de los niños que, cuando se enteraron de que irían al cine a ver la película, comenzaron a bailar. Su festejo tenía que ver con uno de los aspectos más discutidos de esta entrega: la novedad de un reparto que, por primera vez para una película de este presupuesto, está compuesto primordialmente por actores negros. Normalmente, los personajes interpretados por estos actores se limitan únicamente a papeles como el del amigo, el cómico o el bidimensional villano, pero rara vez ocupan el rol del protagonista. Pantera Negra es una película que demuestra que la representación y la diversidad importan, que nunca hubo razón para la segregación de los actores negros a papeles secundarios, y que una película taquillera de superhéroes era una plataforma tan válida como cualquier otra para realizar esta denuncia.
Sin embargo, aunque el tema de la representación es de gran relevancia, en este escrito quiero enfocarme en otro aspecto de la película que me parece muy valioso e importante, pues filosóficamente puede ofrecernos mucho para discutir preguntas de filosofía moral y política que son extremadamente urgentes e importantes para nuestra época. Este aspecto filosófico de la película viene dado por la gran fuerza antagonista que tiene el personaje de Erik Killmonger. Aunque he tratado, en lo posible, de evitar spoilers importantes, sí mencionaré algunos detalles de la película por lo que debo advertir que este no es un texto libre de spoilers.
Cuando vemos por primera vez a Michael B. Jordan en el papel de Killmonger, lo encontramos en un museo británico haciendo preguntas difíciles, pero por ello mismo, bastante buenas: ¿Cómo obtuvieron las piezas arqueológicas que exhiben los museos norteamericanos, alemanes, holandeses o británicos? ¿Fue por una compra o intercambio justo? ¿Un descubrimiento azaroso? ¿Por investigaciones arqueológicas propias de Indiana Jones? No. Lo cierto es que, como denuncia Erik Killmonger, la colonización es la fuente principal de esos museos. Y eso hace que las preguntas del personaje sean relevantes: ¿es justo que estas piezas estén en esos museos si las obtuvieron gracias a la colonización? ¿Con qué legitimidad presentan los objetos de las exposiciones que reciben millones de visitantes al año?
En la película hay una gran discusión filosófica sobre justicia, que hace que el antagonismo entre el villano Erik y el héroe de la película, T’Challa, no se sienta como una fórmula trillada y vacía entre alguien que es malo sólo por el gusto de serlo, y alguien que es bueno a tal grado que no tiene por qué cuestionar la justificación de sus creencias. T’Challa es el nuevo rey de Wakanda y tiene una concepción idealizada de quién fue su padre, en tanto rey. Él busca seguir este modelo para gobernar a la gente de Wakanda, preocupándose únicamente por el bienestar de los suyos. En un momento de la película, T’Challa es confrontado por el personaje de Lupita Nyong’o, Nakia, quien le dice: ¿por qué no ayudar a otros que lo necesitan cuando nosotros tenemos los medios para hacerlo? Frente a esto, T’Challa responde que él es rey sólo de los ciudadanos de Wakanda, y su deber se extiende únicamente a ellos.
Las preguntas filosóficas son: ¿Nuestros deberes morales son válidos sólo dentro de ciertas fronteras políticas? ¿Es la pertenencia a un país, una nacionalidad, lo que fundamenta nuestro deber de ayudar a otros? No es difícil asociar aquí lemas políticos de gran popularidad contemporánea: “America First”, “Britain First”, “X First..” etc. Por poner un ejemplo, de acuerdo con estas posturas, el deber de ayudar de los norteamericanos es válido sólo para con otros norteamericanos. Cada país debería ver sólo por los suyos pues, una vez más, nuestros deberes están fundados en la pertenencia a un estado-nación, no en la idea de humanidad en general.
Afortunadamente para nosotros, Erik Killmonger, representa un reto a la idea de que nuestros deberes son sólo una cuestión de nacionalidad o patriotismo. Él sabe que hay pueblos que han sido explotados por países colonizadores desde hace siglos, que su situación de pobreza no se debe (sólo) a que esos países “no vean por los suyos”, sino a una cuestión que no es nada menos que una situación de injusticia global. ¿Deberíamos considerar como nuestro deber el tratar de arreglar esas situaciones de injusticia?
Pensemos en la crisis de refugiados que sigue creciendo, sin que nadie parezca hacerse responsable. En Europa, por poner otro ejemplo, no es difícil escuchar las siguientes preguntas: ¿por qué tendríamos que recibirlos nosotros? ¿qué le debemos a estos seres humanos que no pertenecen a la unión europea? Parafraseando a T’Challa, los políticos europeos tienen que ver por los suyos, son políticos cuyos deberes se extienden únicamente a sus ciudadanos. No le deben nada a los refugiados, ni siquiera por caridad, pues no comparten su nacionalidad, incluso si están dentro de sus fronteras.
Que el villano de la película tenga una compleja denuncia sobre injusticias globales tiene varias ventajas, tanto narrativas como filosóficas. En cuestión de narración, nos brinda un villano que no es sólo un personaje bidimensional, vacío y sin ideas propias. El tan legendario guasón de Heath Ledger se ha convertido en un ícono no por ser “otro villano de Batman”, sino por las ideas que hay detrás del personaje. Lo mismo ocurre con Killmonger. Todo lo que denuncia es cierto. Su preocupación por remediar estas situaciones de injusticia es legítima. Pero los medios que elije para arreglar este problema parecen no ser una solución efectiva para frenar la violencia y restituir la justicia.
Las ventajas filosóficas de tener un villano con estas ideas es que obliga al héroe de la historia a revisar sus creencias. ¿Cómo es posible que “el malo” esté más preocupado por la justicia global que el “héroe”? ¿A qué se debe que T’Challa no comprenda la importancia de ayudar a otros más allá de las fronteras de Wakanda, mientras que Killmonger pareciera haberlo entendido desde hace mucho?
T’Challa se ve obligado a revisar sus creencias y, de hecho, a cambiarlas. Una de las grandes cosas de la película es que esto no significa que, de pronto, héroe y villano se convertirán en un equipo para luchar contra el mal común. Lo que la película, en mi opinión, identifica bien es la fuerza de los argumentos. T’Challa no cambia de opinión porque Killmonger lo convenza ya sea por la fuerza, por amistad o por chantaje. Le convencen las razones —que, para ser sinceros, Nakia le había dicho desde un inicio—, por las cuales es legítimo preocuparse por otros seres humanos, más allá de las fronteras políticas. Y a partir de ello, busca los medios que considera apropiados para hacerlo, sin por ello ceder a la radicalización de Killmonger.
Alguien podría preguntar ahora, ¿esta película de Marvel realmente está planteando todo eso? Afortunadamente, el prejuicio de que el entretenimiento está peleado con presentar tesis filosóficas complejas, está en desuso. Para quienes tengan la duda escéptica sobre si realmente esta película es capaz de plantear, aunque sea rápidamente, problemas sobre justicia global y colonialismo, les dejo un comentario realizado por el director de la película, Ryan Coogler, quien ha comentado que los temas centrales de la película son la responsabilidad y la identidad:
“¿Qué deben los poderosos a los menos privilegiados? Esto es lo que separa a los buenos [good-guys] de los villanos. ¿Qué valor tiene la fuerza si no la usas para ayudar a alguien? Wakanda pretende ser tan sólo otro problemático país africano, pero algunos de sus vecinos están pasando por problemas reales. Si los de Wakanda no se defienden a sí mismos, ¿quién lo hará? Pero si sólo se defienden a ellos mismos, ¿quiénes son [en realidad]?”
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