¿Hace falta olvidar?

Precisar cuál es el lugar de la memoria en nuestra vida cotidiana puede ser una tarea para toda la vida. Probablemente no lleguemos nunca a fijar sus coordinadas precisas, su importancia y su lugar. A menudo la sobrevaloramos. Frente a momentos especiales, deseamos que esos recuerdos nunca se vayan, y queremos preservar tantos detalles como sea posible. Tal vez por ello es cada vez más normal que continuamente tomemos fotografías de pequeños momentos cotidianos, queriendo aferrarnos a ellos un rato más, posiblemente, un poco más de lo que debiéramos. Y frente a este descolocado valor de la memoria, algo que ha pasado casi desapercibido es cuál es el papel del olvido y su importancia para nuestra propia narrativa, tanto personal como histórica.

En su última novela “El gigante enterrado” (2015), el escritor Kazuo Ishiguro nos presenta de una forma mágica el siguiente escenario: si de pronto llegara a nuestra ciudad una densa niebla que nos hiciera olvidar casi todos los detalles de nuestra vida, ¿qué es exactamente lo que se perdería? ¿seríamos personas distintas? ¿cambiaría nuestra relación con nuestros seres queridos? ¿ganaríamos algo con el olvido?

El filósofo Friedrich Nietzsche ha sido uno de los pensadores que más han reflexionado sobre la importancia del olvido. En su obra La Genealogía de la Moral, Nietzsche observa que siempre hay una estrecha relación entre el dolor y la memoria. Aprender a recordar es de alguna forma aprender a cargar. En cambio, el olvido es una fuerza activa que nos ayuda a preparar el camino para lo que viene, para ayudarnos a digerir todo lo que hemos vivido y ayudarnos a estar en el presente sin estar anquilosados por el peso del pasado:

“Un poco de tabula rasa [tabla rasa] de la consciencia, a fin de que de nuevo haya sitio para lo nuevo (…) sin capacidad de olvido no puede haber ninguna felicidad, ninguna jovialidad, ninguna esperanza, ningún orgullo, ningún presente (…) el olvidar representa una fuerza, una forma de salud vigorosa” (Nietzsche 1981, p. 66)

La novela de Ishiguro pareciera jugar con una idea muy parecida a la de Nietzsche. Los personajes centrales son un matrimonio que lleva muchos años juntos. Ambos son muy amorosos, se cuidan mutuamente y son lo más importante que tienen en la vida. Sin embargo, debido a la niebla, casi todos sus recuerdos se han ido. Juntos emprenden un viaje para ir a visitar a su hijo que vive en una aldea cercana. Conforme avanzan hacia su destino, no pueden evitar preguntarse ¿y si seguimos juntos precisamente porque ya hemos olvidado casi todo? ¿qué pasaría si de pronto recobramos nuestros recuerdos? ¿Y si recordamos algo doloroso y difícil? ¿nos separaríamos? ¿puede soportar nuestra relación el peso de los recuerdos de todos los años que hemos estado juntos?

La novela está ambientada en Inglaterra, poco después de la muerte del rey Arturo. En ella encontramos caballeros, ogros y dragones; pero lo que constituye el centro de la trama es esa fragilidad humana que se sitúa entre el sueño y la vigilia, la memoria y el olvido. En la ambigüedad de nuestro deseo entre el anhelo de recordar y las ganas de olvidar para ganar una cierta paz, aunque sea temporal. Por supuesto, la novela no ignora la diferencia entre la importancia del olvido en la vida personal, y un tipo de olvido histórico con implicaciones políticas. De alguna forma, el telón de fondo de la novela será la discusión sobre si olvidar injusticias políticas del pasado es válido para evitar nuevas guerras. Tal vez hay cosas que debemos luchar por recordar, al precio que sea. Pero en nuestra vida cotidiana, la pregunta que nos propone el premio Nobel de Literatura 2017 sigue vigente: ¿hace falta olvidar para ser felices?

Friedrich Nietzsche, La Genealogía de la Moral, Alianza editorial, 1981
Kazuo Ishiguro, El gigante enterrado, Anagrama, 2016
Crédito de la tercera ilustración basada en El gigante enterrado: Rob Ball
Crédito de la cuarta ilustración basada en El gigante enterrado: Robert Frank Hunter

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