Para enamorarse hay que saber envejecer

Hay aprendizajes que sólo podremos alcanzar con el tiempo. Sin importar qué tanto queramos adelantarnos, habrá lecciones que nos lleguen sólo retrospectivamente, cuando analicemos todo lo que ya hemos vivido y gracias a esta mirada hacia atrás nos demos cuenta de dónde estamos y hacia dónde queremos seguir caminando. Finalmente, así es como empieza la aventura del Fausto de Goethe, al final de sus días, dándose cuenta de que sigue insatisfecho a pesar de haber estudiado toda su vida. Sin embargo, es normal que contemporáneamente estas lecciones queden escondidas detrás de la preocupación por no envejecer. Lo mejor es ser eternamente joven o por lo menos aparentarlo. Lo anterior parece ser más evidente en el caso de las mujeres, para quienes hay una serie especial de prejuicios que ven en los treinta años el principio del final, incluso si cada vez más se combaten explícitamente este tipo de preconcepciones. Pero, como decía renglones más arriba, hay lecciones que sólo vienen con el tiempo y la posibilidad de darnos cuenta de ellas depende de la relación que tengamos con nuestro propio proceso de crecer y envejecer.

Muchas lecciones se esconden también en la filosofía y en la literatura, pero hay que saber buscarlas. Afortunadamente para nosotros, Martha Nussbaum nos comparte algunas de las que ella ha encontrado en su último libro Aging Thoughtfully: Conversations about Retirement, Romance, Wrinkles, and Regret. Sobre el tema de los aprendizajes que requieren tiempo y su particular implicación con las relaciones amorosas, Nussbaum nos propone un primer lugar para buscar la primera lección: la ópera de “El Caballero de la Rosa”, de Richard Strauss. En esta ópera, la mariscala es una “mujer mayor” de 32 años, que debe renunciar a su amante por lo menos diez años menor que ella, pues el romance corresponde a la juventud. Ella sabe que por su edad debe hacerse un lado para permitir que su amante encuentre a alguien de su edad. Las mujeres de más de treinta, en la ópera de Strauss, son sabias cuándo deciden hacerse a un lado y reservar las fantasías de romance sólo para sus recuerdos.

Nussbaum, por supuesto, explicitará la mentira implícita en este relato: ¿por qué el romance tendría que pertenecer sólo a los jóvenes? Para mostrar la falsedad de esta idea, la filósofa nos pide que pensemos: ¿cuál es uno de los ideales románticos más explotado? “Romeo y Julieta” de Shakespeare ha tenido un éxito indiscutible y normalmente el título mismo se ha pensado como sinónimo de una gran pasión que trasciende todos los obstáculos. Sin embargo, dice Nussbaum, lo cierto es que los dos protagonistas no saben nada el uno del otro, y por eso idealizan continuamente sobre el otro de quienes creen estar enamorados. Que Romeo decida hablar de Julieta comparándola con los astros, creyéndola más un ángel que un ser humano, no es sólo síntoma de enamoramiento, sino también de que no sabe de ella más que lo que su imaginación le dice. En realidad, ambos mueren sin conocerse, sin crecer juntos, sin saber quién es la persona que está en el centro de todas sus fantasías.

En cambio, sostiene Nussbaum, “Antonio y Cleopatra” nos presenta un tipo de relación amorosa completamente distinta. Esta obra también es una tragedia y ambos amantes mueren al final. Sin embargo, en ella podemos ver cómo con la edad los dos protagonistas han logrado descifrar mejor quiénes son y por qué querrían estar con el otro. En esta segunda obra de Shakespeare, los amantes se hacen bromas, comparten entre sí sus preocupaciones relativas a la carrera política de cada uno. Ambos pueden comprender mejor al otro porque se conocen mejor a sí mismos. Así que, ¿qué pasa con la mariscala de la ópera de Strauss? El que ella deba renunciar a su amante se debe, para Nussbaum, a que no tiene nada en común con él. No comparten ningún interés, no saben comunicarse entre sí ni saben acompañarse mutuamente en sus preocupaciones, a diferencia de Antonio y Cleopatra. La juventud del amante no es el factor significativo, sino la falta de autoconocimiento. De ahí que la idea de que el romance corresponda sólo a la juventud sea falsa. A la juventud puede corresponderle la idealización, pues a esa edad ignoramos mucho de quiénes somos, qué queremos y con quién quisiéramos estar. Pero si aprendemos a envejecer, si permitimos que las lecciones que vienen con el tiempo lleguen cuando tienen que llegar, podemos saber más sobre nosotros mismos y gracias a eso, ser un poco más como Antonio y Cleopatra.

 

 

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