El fanatismo y la ilusión de la certeza

La dificultad de poder dialogar de forma crítica, madura y razonable (racional), es uno de los grades problemas actuales. Esta incomodidad, que en general tenemos todas las personas, de escuchar, atender y entender lo que grupos con creencias e ideologías distintas sostienen nos dificulta seriamente la convivencia y en algunas ocasionas nos lleva al odio, estereotipos, descalificación e incluso a la violencia.
Parte de este problema se debe a que el comportamiento grupal es una característica natural, ya que como mamíferos gregarios tendemos a generar identidad grupal y por tanto alianzas con el grupo en el que crecimos. Todo recién nacido aprende, “mama”, incorpora… las reglas del juego en que nace, tanto sociales, como culturales y morales. Un bebé sapiens sano y competente, aprende y reproduce la lengua y las creencias del grupo en que nació y se desarrolló. Esto explica porque cerca del 90% de las personas asumen la religión, postura política y equipo de football de la familia en la que nacieron; más aún cuando el entorno asume estas mismas creencias de manera mayoritaria. Esto también explica porque son justamente estos temas de los que es muy difícil hablar, pues más que una elección libre, lógica y racional, hay fuertes sentimientos psicológicos y evolutivos como el de lealtad, así como emociones profundas de pertenencia que conforman nuestra identidad y consciencia.
Abandonar o cuestionar las creencias o filiaciones familiares, ya sean religiosas, políticas o deportivas, se siente como una traición, una deslealtad hacia los padres y familiares que nos cuidaron y con los cuales convivimos. Esto suele derivar en potentes y violentos mecanismos de defensa ante creencias o filiaciones distintas, asumimos de manera automática que todo aquello que sea diferente o contrario a lo que nos fue inculcado, es malo, peligroso, indeseable y negativo.
El fanatismo, en este sentido, es un mecanismo de defensa psicológico y emocional que nos refuerza la identidad grupal y nos pone alerta ante el “enemigo”, pues todo aquel que esté fuera de nuestro grupo identitario es de entrada un enemigo, o por lo menos un peligro. Si a esto le sumamos una ideología altamente sectaria, acrítica, cerrada y con ínfulas de superioridad, el rechazo a la diferencia será brutal. ¿Cómo bajarnos de nuestros respectivos pedestales autocomplacientes de superioridad moral, política, ideológica… para escuchar realmente al otro? ¿Cómo dejar de ver la diferencia como peligrosa e intimidante?
Si bien no tenemos una única respuesta a este problema, consideramos que la humildad y el pensamiento crítico, sobre todo el autocrítico, es fundamental. Necesitamos abandonar la ilusión de la certeza, la fantasía arrogante y ególatra de que tenemos conocimiento privilegiado, absoluto, perfecto y acabado. Necesitamos entender que somos seres imperfectos, falibles, altamente irracionales, emocionales y gregarios. De aquí que Stephen Hawking afirmara que el gran enemigo del conocimiento no era la ignorancia, sino la ilusión del conocimiento. La ilusión de que eso que “sabemos-creemos” es absolutamente cierto, infalible, perfecto, acabado.
En este sentido, el problema del dogmatismo no es el tener ciertas creencias, posturas o convicciones, sino el asumirlas más allá de toda duda. Esto implica aseverar que no hay nada que nadie pueda decir, argumentar o evidencia que se pueda mostrar para hacer ninguna modificación a lo asumido. Al negarse la humildad y autocrítica necesaria para poder revisar, corregir y/o modificar cierto conjunto de creencias o convicciones el pensamiento se hace autorreferencial y obtuso. Lo más lamentable es que en ocasiones estos grupos dogmáticos, además tienen el suficiente poder como para obligar a otros a asumir dichas creencias, prácticas o actitudes de manera autoritaria, ya sea mediante la imposición de leyes a modo, o mediante el uso de la fuerza militar, mediática o económica, lo cual niega la libertad y por tanto anula los derechos humanos.
La privación a la autonomía de los demás, y el respeto a la diversidad queda socavada sin ninguna posibilidad real de diálogo o acuerdo entre los diferentes grupos, lo cual suele llevar a la crispación y radicalización de los grupos en disputa, y muchas veces al fanatismo y dogmatismo de los grupos afectados en una espiral de cerrazón, violencia y descalificación creciente.
En tanto que el fanático no está dispuesto a ceder un ápice en sus convicciones asumidas y elevadas a certeza, no hay posibilidad de diálogo real y por tanto no hay condiciones para llegar a acuerdos. En estos casos se están creando las condiciones propicias para la violencia, pues este mecanismo parece ser la única posibilidad de escape ante la imposición autoritaria de sectores con los cuales es imposible dialogar. Dicho de otra manera, el radicalismo o fanatismo del grupo “A”, exacerba el radicalismo y fanatismo del grupo “B”, creando una mayor tensión, miedo, violencia y descalificación. El radicalismo de izquierdas alimenta el radicalismo de derechas, como el radicalismo religioso fortalece el radicalismo ateo y así en general. Esto lleva a un maniqueísmo que divide al mundo entre buenos y malos donde todos se asumen como los buenos mientras satanizan a todo aquel que piense lo contrario. Sin romper la burbuja aislante de la certeza, no lograremos conceder el beneficio de la duda de que el otro tal vez tenga algo sensato que decir o de que tal vez nuestras creencias, convicciones y actitudes puedan mejorarse, modificarse o corregirse. Por ello Aristóteles consideraba que “El ignorante afirma, mientras que el sabio duda y reflexiona”, y en la misma línea Kant escribió: “El sabio puede cambiar de opinión. El necio, nunca”.
En resumen, no podrá haber diálogo y entendimiento entre la diversidad humana mientras no asumamos que somos seres falibles, lo cual implica que no tenemos un acceso privilegiado a la realidad o a la verdad, ni conocemos con certeza nada. Esta docta ignorancia, humildad o reconocimiento de nuestras limitaciones, nos puede ayudar a crear las condiciones de posibilidad para un dialogo real en donde los diferentes grupos y sus creencias o convicciones puedan ser analizadas, entendidas, consideradas, revisadas, corregidas, mejoradas y/o por lo menos respetadas, sin por ello tener que llegar a acuerdos en todo o a tener que defender las mismas conclusiones o creencias.
Bibliografía
Haidt, J. (2013): The Righteous Mind. Why good people are divided by politics and religion. Vintage Bokks, USA.
Hanh, Thich, Nhat (1996): Buda viviente, Cristo viviente, Kairos, España.
Küng, Hans (2002): Una ética mundial para la economía y la política, FCE, México.
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