El camino del héroe, sal y vive tu aventura

Cada circunstancia de crisis, transición, cambio o eso que la filósofa Ruth Chang llama una decisión difícil “a hard choice”, implica un momento crítico de la vida, y en ese sentido es como iniciar un gran viaje o vivir una gran aventura. Esto no significa que salgamos física o geográficamente de ningún lugar específico, puede ser o puede ser que no, pero sí estamos por “movernos” de manera significativa en un sentido existencial. Nuestra vida está por cambiar, decidamos lo que decidamos y hagamos lo que hagamos estamos frente a una encrucijada significativa, ante una decisión difícil.
Puede ser mudarnos, terminar una relación, la muerte de alguien cercano, cambiarnos de escuela, trabajo, religión, postura política… pueden ser muchas cosas, pero lo que tienen en común es que de alguna manera ciertos eventos externos o ciertas inquietudes internas están irrumpiendo significativamente en nuestra zona de confort existencial.
Vemos hasta cierto punto con mediana claridad los pasos inmediatos que podemos o queremos tomar pero, elijamos lo que elijamos, esa decisión abre la posibilidad para poder llegar a lugares mucho muy lejanos de lo que hemos asumido como nuestra “normalidad”. Esas situaciones de crisis nos pueden transportar a circunstancias existenciales muy distintas a las que hemos estado acostumbrados, nos demos cuenta o no, estamos por abrirle la puerta a la incertidumbre, a la aventura, al viaje, y a los monstruos, dragones, dudas, miedos y también a todos los tesoros, sorpresas, aprendizaje y crecimiento que ese proceso nos puede dar.
Es ese momento en que “Gandalf toca a tu puerta”, podemos emprender la aventura o podemos quedarnos cómodamente en nuestra zona de confort. Ese tipo de decisión nos puede “romper el alma” y sentimos que nos parte en dos, y en cierto sentido es verdad, probablemente dejemos de ser la persona que éramos antes para ser una versión distinta de nosotros mismos, si la expedición sale bien, lograremos ser una mejor versión de nosotros mismos, si sale mal, podremos convertirnos en una versión más empobrecida, temerosa, codiciosa o egoísta de nosotros mismos, pero en ambos casos tendremos más experiencia y por tanto posibilidad de crecimiento y aprendizaje.
Sea lo que sea el resultado, este tipo de experiencias son de lo más vitales, riesgosas y emocionantes que nos pueden pasar. Muchos suelen evitar estas decisiones, prefieren continuar en sus lugares seguros y sin riesgo, sin mucho que perder pero tampoco sin mucho que ganar. No hay nada inherentemente malo en esta opción, tampoco hay nada inherentemente bueno o admirable. Es sólo eso, una posibilidad.
Uno puede perderlo todo, pero también parece ser que los mejores tesoros de la vida no se encuentran escondidos debajo de nuestras camas. Si no se está dispuesto a arriesgar, no se está dispuesto ni a perder ni a la posibilidad de ganar. No es fácil vivir sin ataduras, y la libertad viene con un costo significativamente alto, un costo que no todos están dispuestos a pagar.
Todos vamos a morir, la vida llegará a su final tarde o temprano. Sea que nos quedemos ocultos detrás del sillón con demasiado miedo como para asomarnos a la ventana o hayamos salido a vivir una y mil aventuras. Todo acabará o cambiará, sea que nos quedemos ocultos debajo de nuestras cobijas o que salgamos al mundo a enfrentar dragones, todos moriremos por igual. Sí, algunos moriremos antes que otros, sea que lo hagamos en nuestra regadera o en medio de una tormenta en tierras desconocidas.
Sin embargo, parece ser que lo que no nos mata nos hace más fuertes, y que nuestra vida no es aquello que tenemos sino aquello que somos, todo eso que fuimos capaces de experimentar, nuestros amores, dolores, frustraciones, alegrías, tristezas… todo lo que hicimos y lo que dijimos, las relaciones afectivas que fuimos capaces de construir y procurar. La gente no nos recordará por nuestras posesiones materiales sino por cómo vivimos; por la bondad, justicia y sabiduría de nuestras acciones y palabras, o por el egoísmo, arrogancia y violencia de las mismas.
También es verdad que en la aventura uno se enfrenta a terribles circunstancias y enemigos, pero también uno se encuentra con inesperados y fantásticos amigos, paisajes, sabios, amores y enseñanzas. Parece ser que si uno rechaza la aventura, uno también rechaza el crecimiento y el aprendizaje, la posibilidad de ser y vivir de otra manera, de cambiar, de ver y vivir mil vidas en mil y un aventuras, de conocer mil y un maestros, de encontrar mil y un tesoros, y salvar y/o ser rescatado por mil y un “princesas”. Las grandes ganancias, las grandes riquezas conllevan grandes riesgos.
Seamos buscadores de tesoros, locos, soñadores, aventureros… y si un día Gandalf, Yoda o Hagrid tocan a tu puerta, no te quedes escondido debajo de la cama, sal y vive tu aventura.
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