De maternar con disidencia … y otras irreverencias feministas

En algunos círculos se ha hablado de una deuda del feminismo con las mujeres que maternamos, en tanto que éste sitúa el rol de madre dentro de muchos otros roles igualmente prioritarios por parte de la mujer y, en algunos casos, incluso asocia a la decisión de ser madre con el hecho de estar influida por los rezagos del patriarcado, el cual nos ha vendido la idea de que serlo es una experiencia casi ineludible si se quiere una realización plena.
Frente a esta postura, ¿cómo vivo yo esta supuesta deuda del feminismo con la maternidad? En primera instancia creo que como tal no hay deuda, a menos que se presuponga un solo tipo de feminismo como el correcto o el oficial. Si bien hay cierto consenso dentro de los feminismos por desmontar el mito de la maternidad como el fin primigenio de las mujeres, y con lo cual estoy absolutamente de acuerdo, si existe alguna postura “feminista” que sí defienda como tal el antimaternaje, la interpreto más bien como una postura antifeminista, en el sentido de que se posiciona enmarcando una restricción e imposición a la vida, libertad y decisiones de las mujeres que sí decidimos ser madres. Ahora bien, después de este meollo más bien reflexivo y discursivo que reconoce que los feminismos en general compatibilizan y apoyan nuevos formatos de maternidad, me declaro una mujer feminista que materna de manera disidente, y que intenta comprender cómo sobrevivir de la mejor manera posible a esta decisión de vida.
Entonces, aterrizando a la cuestión que importa: ¿qué es eso de maternar de manera disidente?
Para mí, maternar de manera disidente es arrojar todos los días un montón de dolores y quereres a la heladera, y cerrarla mientras preparas el lunch para llevar a tu cría a la escuela. Tal vez esta narrativa diste del espectro romántico de la maternidad que todo lo puede y todo lo sacrifica de buen modo, pero justo por ello esta narrativa de la maternidad es disidente.
Arrojo dolores porque sí creo que la maternidad nos da una especie de poder de insensibilización ante ciertas cosas que, en otras circunstancias y sin crías de por medio, nos pasarían por encima de manera más catastrófica y aniquiladora. Rupturas amorosas, decepciones familiares, duelos, malos días, etc., se vuelven parte de una serie de retos más o menos inacabables por los que hay que atravesar y sobrevivir para seguir cuidando de la mejor manera posible al hijx. Esto no significa que la maternidad nos de un superpoder insensibilizador del dolor y la pesadumbre cotidiana, por supuesto que no. En muchas ocasiones, de hecho, el corazón se parte más fácil, como cuando a tu niñx le suceden cosas dolorosas, se enferma, no encaja y se siente mal por ello, siente impotencia, miedo, malestar, pero no tiene las herramientas para poderlo expresar, y uno no tiene ni puñetera idea de cómo ayudarle a hacerlo.
Pese a esto, sí creo que maternar también hace que las cosas del día a día, por agradables, desagradables o neutras que sean, se vivan y sientan de otra manera, como si se tratase de unos lentes de maternidad que redimensionan el espectro de nuestra “realidad”. Los lentes de mi maternaje me han enseñado a escuchar con un filtro de cuidado, y esto en mi caso ha sido particularmente difícil porque, a diferencia de la muy compartida creencia de que las mujeres tenemos un no sé qué de tendencia al cuidado natural de los otrxs, en lo personal he sido y sigo siendo muy solitaria y me cuesta ver las necesidades ajenas de manera clara, ya no digamos empatizar con ellas. Sin embargo, la maternidad me ha obligado, para bien y para no tan bien desde mi narcicismo, a detenerme por momentos y redimensionar aquello que voy a decidir por el bien de esa pequeña persona que me dice mamá. Las necesidades de ese ser te enseñan a vincularte desde lugares que no conocías, y esto suele influir en otros aspectos de tu personalidad de manera inevitable. En otras palabras, la maternidad te deconstruye a la fuerza y a tirones, lo quieras o no.
Sin embargo, no todo es echar dolores a la heladera, también está la parte de echar quereres, y tal vez esa sea la parte más difícil y de la que tenemos que hablar, aunque sea como ese curita que tenemos miedo de arrancar, pero que tarde o temprano tiene que irse.
Se echan quereres a la heladera porque hay un montón de cosas que se pierden con el maternaje, y por más privilegiadx que seas con respecto al apoyo de contar con una tribu para la crianza, la realidad es que, en mayor o menor medida, sí se pierde algo de nuestra individualidad y una se acostumbra a despedirse de libertades que difícilmente volverán. En lo personal, la maternidad me ha costado mucho llanto y frustración, he sentido en múltiples momentos lo difícil de perder ese sentido de vagancia que me hacía sentir tan viva, los ratos de un ocio ensimismado de mi vida previa al maternaje no han vuelto a sentirse como se sentían en una época en la que mis preocupaciones eran mucho más restringidas.
Y bueno, aquí estoy, con toda una vida para seguir aprendiendo a ser madre, corriendo, agitada, alocada, preocupada, pero aquí sigo, con miedos y frustraciones, con augurios de tiempos más amables, posteriores a una pandemia en la que llevar a la hija a la escuela o al parque no me produzca un miedo atroz. Ahora camino un poco menos inocente que hace varios ayeres, cuando la vida se centraba en mí y mis necesidades, y cuando el corazón no se hacía pedazos a cada rato, aunque cuando se quebraba, no renacía con el calor, el empoderamiento y la madurez que lo hace ahora. Y pues justo eso, hoy vivo una dimensión de mi vida entre la queja y el aguante, pero con ganas de seguir mucho rato más, porque vivir la maternidad de manera disidente es reconocer que los pañales, las colegiaturas y las enfermedades le quitan brillo a los regalos y tarjetas del 10 de mayo, pero que ni por eso una deja de ser una, cambiante y sobreviviente, queriendo encontrar ecos en las otras que se encuentran igual, queriendo abrazar con empatía, y queriendo sentir abrazos, aunque sean virtuales, que nos recuerden que solas no estamos y en el camino avanzamos orgullosas.
One Comment
Ay. Qué bonito. No basta, mi querida Moni; compensas pérdidas con la diversión de ésta extrañísima mascota como es un cachorro humano, que una misma parió y que el 90% de las veces, no sabemos qué hacer con él. Que necesita más amor y más disciplina que cualquier otro animalito que hayamos domesticado en toda la existencia de nuestra especie. Que no es nuestro y sí es nuestro. Y que, en última instancia, sólo quienes de veras quieren hacerlo, deberían meterse en éste asunto; siempre he creído y más, a últimas fechas, que la obligación de maternar, como realización (no hallo desde dónde poner las comillas) es la principal razón de que nuestro planeta ande tan mal. Y sí, ya sé cómo suena; resulta que los gobernantes y los maleantes también fueron paridos por una mujer que, bien o mal, quiso o no ser madre. Se me viene a la cabeza un recuerdo; Annie, gateando, desconectando las computadoras, porque odiaba vernos escribir. Ya sabía que no le íbamos a hacer caso -ninguno de los dos- cuando empezábamos. Aún ahora, odia vernos escribir…pese a escribir ella misma y ser una artista gráfica que también requiere soledad, concentración y música. Y ella no considera ser madre, más que de su gato. Escribes ‘maternar desde la disidencia’, que para mí, es ser madre rompiendo moldes; hoy es día de pintar retratos sin cambiarse el pijama, día de comer sólo vegetales y palomitas con coca, día de caricaturas, día de jugar. Mañana, tal vez las obligaciones sean las normales. Hoy, rompe las reglas, no seas la mamá perfecta, sino la otra niña que juega con tu nena y sean cómplices. Guarda esos días de complicidad y travesura en la memoria; funcionarán cuando los demás quieran adaptarte a la estructura o cuando tengas que romper ésta, en definitiva. También, son educación. Ya me expandí mucho. Un abrazo y las sigo leyendo.