David Bowie y las infinitas formas de ser nosotros mismos

Como a muchas otras personas, para mí la muerte de David Bowie se sintió como un evento profundamente doloroso y personal. Recuerdo haber visto de madrugada el tweet de Duncan Jones, hijo de Bowie, confirmando la muerte de su padre: “Lamento mucho y estoy triste de decir que es verdad.” Supongo que todos queríamos creer que era tan sólo una mala broma de internet, un rumor, una noticia falsa. Tras leer la confirmación de Duncan, no nos quedó más que asimilar que Bowie había muerto. Esto generó en redes dos reacciones principales: aquellos que expresaban que su muerte se sentía como la pérdida de un ser querido; y todos aquellos que criticaban a los miles que se sumaban a esta voz de pérdida, diciendo que lo hacían sólo por el momento. La principal queja señalaba que ni siquiera conocíamos a Bowie, es decir, conocerlo “realmente” ¿Por qué llorar por alguien a quien jamás conocimos? ¿cómo era posible que fuéramos a echar de menos a un desconocido?

La respuesta más inmediata era decir que Bowie no era un extraño o un desconocido. Habíamos crecido con él, teníamos recuerdos sobre cómo nos había acompañado en momentos específicos de nuestra vida a través de su música y de sus películas. Pero en este artículo quisiera explorar otra forma de enfrentarnos a estas preguntas. Tal vez sea tramposo contestar una pregunta con otra pregunta, pero en filosofía parece ser una estrategia obligada. Así que, si me permiten, frente a aquellos que preguntaban ¿cómo puedes sentir dolor por la pérdida de un desconocido?, podríamos preguntarles ahora: ¿quién conocía realmente a David Bowie?

 

Por supuesto, no hablo aquí de David Robert Jones. Parecería claro que David Bowie no quería ser identificado con David Jones. Más aún, es difícil decir que David Bowie quisiera ser identificado con Ziggy Stardust, Aladdin Zane o con el duque blanco (The Thin White Duke). Cada uno de estos nombres tiene una fuerza propia, y sería trivializar el decir que eran simplemente fases pasajeras y superficiales de un mismo Bowie. Todos ellos existieron en su momento. Nunca fueron meras máscaras.

Bowie fue emblemático, entre otras cosas, porque vino a confrontar la lógica aristotélica con la cual pensamos desde hace siglos que los cambios son accidentales, y que aquello que permanece “detrás” de todos esos cambios es una sustancia definida, una identidad fija. Esta lógica la podemos aplicar casi sin problemas a los objetos. Por ejemplo, si yo recorto 2 cm de las patas de mi silla favorita, podríamos decir que aún con los cambios, sigue siendo la misma silla. Si yo decido pintarla de azul, sigue siendo la misma silla, etc. Pero ¿podemos aplicar esta misma lógica a las personas? ¿podemos decir que más allá de los cambios accidentales, “detrás” de todo siempre estuvo el mismo Bowie, y detrás de Bowie, el mismo David Jones?

 

En alguna entrevista, Bowie llegó a decir que nadie es más “auténtico” por subir al escenario sólo con una guitarra, jeans y playera, en lugar de como un extraterrestre que ha caído en la Tierra: “Todo es un artificio… creo que mi punto principal es que la cosa de usar jeans y playera, en mi mente, también es un artificio.” Es fácil pensar que alguien es más auténtico si no se esconde detrás del maquillaje, y en su lugar se presenta “tal y como es.” Pero esta idea que tenemos sobre lo “falso” y lo “auténtico” se ven rebatidas una y otra vez por Bowie, quien creía que ser auténtico no era tan sólo “dejar de usar máscaras” y “ser tú mismo”. Bowie iba mucho más allá de la vacía y superflua frase de ser uno mismo:

So I turned myself to face me / Así que me giré hacia mí
But I’ve never caught a glimpse / Pero no pude echar un vistazo
Of how the others must see the faker / A cómo los otros deben ver a aquel que finge
I’m much too fast to take that test / Soy demasiado rápido para esa prueba

La lección, por supuesto, no es fácil. ¿Bowie creía que no había diferencia alguna entre ser alguien y fingir serlo? Posiblemente podemos encontrar una respuesta tentativa en uno de mis momentos favoritos de Bowie. En la película Laberinto, Bowie es el Rey de los gnomos y en un momento dado, nos encontramos en medio de un baile de máscaras con la canción “As the world falls down” [“Mientras el mundo se derrumba”]. En esta escena todos usan máscaras. Todos excepto Bowie y la protagonista, Jennifer Connelly.  Recuerdo haber visto esta escena cuando era pequeña, y desde entonces me parece mágica y aterradora. Al igual que el personaje de Connelly, no entendía nada, pero siempre me pareció que Bowie era el único que sabía perfectamente qué estaba ocurriendo. Todos usamos máscaras. Quien crea que no, quien crea que se muestra “tal cual es” frente al mundo, posiblemente esté atrapado en un sueño o en un autoengaño. La posibilidad de la autenticidad y de ser quienes somos no está en “dejar de usar máscaras”, sino en crearlas nosotros mismos y en asumir que las hemos elegido. Y, por supuesto, habrá máscaras que después de unos años nos queden chicas y tengamos que reinventarnos bajo una nueva figura. El error sería creer que detrás de todas nuestras máscaras siempre fuimos la misma persona, separada de todas esas facetas. No somos más que nuestras máscaras. Algunos tal vez no puedan verlo, otros se niegan a aceptarlo y otros, como Bowie, nos enseñan a elegir y crear las máscaras que nos hagan falta para seguir siendo quienes somos.

La pregunta que le hace la oruga a Alicia, “¿quién eres tú?”, no tiene solución. Buscar toda una vida “quién eres en realidad”, como si se tratara de descubrir la sustancia estática detrás de todas las máscaras es una tarea inútil. No hay nada “detrás”. Esto no clausura la posibilidad del autoconocimiento. Una vez más, quien cree que la máscara que le ha sido dada es “su auténtica verdad”, está lejos de conocerse mejor y a menudo queda atascado en las expectativas que él y los demás fijan sobre esa misma identidad. La verdadera dificultad del autoconocimiento está en saber qué máscara ser y cómo crearla, pero esto sigue siendo un misterio. Tal vez no sea gratuito que la última canción del último disco de Bowie nos diga que él no podía decirnos todo: “I can’t give everything away”.

Pero ahora, cuando pregunten ¿cómo pudiste sentir tanta tristeza por la muerte de alguien a quien no conociste nunca?, sabremos que quien hace la pregunta no entiende nada. Que no se trataba de conocer al David Jones detrás del David Bowie, detrás de Ziggy o Aladdin. Que las máscaras de Bowie son también nuestras, de quienes hemos elegido crear nuestras propias máscaras, y de quienes le agradecemos que nos haya mostrado que todos tenemos posibilidades infinitas de ser y dejar de ser nosotros mismos, con todo el misterio que eso supone.

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